jueves, agosto 02, 2007

Con Mensaje. Supongo.

"Ayudar"


Cómo todos lo días Sara salía de su casa para dirigirse a su trabajo. Hoy ya iba un poco tarde. Es lo que hacia desde hace 5 años todos los días. Las vacaciones la visitaban cada seis meses pero Sara huía de ellas, ya que aún cuando no le correspondía ella asistía al hospital para ayudar en lo que podía. Siempre alguien podía necesitar su ayuda.
La rutina milagrosamente no le molestaba a Sara, en cambio la hacía sentir segura y la hacía apreciar el doble cualquier detalle fuera de la misma. Sara siempre quiso eso y rara vez se quejaba. Sara estaba satisfecha con su vida, era independiente y todo lo que tenía le bastaba. Nada más era necesario.

Ese día parecía normal, aunque Sara estaba un poco irritada debido a su retraso y por eso mismo apresuró un poco su paso. Un caluroso día como ese le hacía querer aún más llegar al hospital. Sólo en ocasiones así, Sara pensaba negativamente. Sentirse frustrada era algo que le molestaba. Salvar vidas era lo que ella deseaba, pero le hubiera gustado ser una doctora. El hecho de ser enfermera y convivir todos los días con sus superiores no le afectaba, pero cuando pensaba de esa manera, parecía la mayor tragedia del mundo. Aún así a ella lo que le importaba era ayudar y se sentía bien haciendo su trabajo. A las personas que ayudaba les daba un poco de su corazón y estas personas, raramente la olvidaban. Algunas veces hasta decían “Gracias”. Pero en ese momento de pesimismo no parecía suficiente.

En la calle inconscientemente apretó su puño izquierdo tanto que sólo reaccionó cuando escucho a sus dedos crujir. Soltó un suspiro y trató de llenar su mente con cualquier otra cosa. Pero no lograba sacar de su cabeza los recuerdos de sus días como estudiante… y toda esa frustración. Seguía caminando, cada vez más rápido pues cada vez era más tarde.
- Debería tener un auto.- Pensó Sara, cuando una voz muy parecida a la de ella pero en tono de burla le respondió.
- Pero no puedes, por tu patético salario de enfermera.

Sara estaba tan concentrada luchando contra su yo interior que en la esquina de una calle, no logró evitar chocar con un hombre. Todo sucedió muy rápido, Sara miraba a los ojos del joven hombre, debía tener aproximadamente su edad, unos 33 años. Era sólo unos 10 centímetros más alto que ella y una hermosa sonrisa le pertenecía.
- Lo siento mucho.- dijo Sara mientras una inexplicable onda de calor invadía su cuello.
- Si tú estás bien, no importa.- le respondió el joven hombre mostrando una voz amable y sonriendo una vez más cálidamente, -Ten cuidado.- Agregó.
A Sara le parecía que el calor emanaba de los labios del hombre y se fundía en su cuello y ahora también en sus muñecas llegando a la punta de sus dedos. Simplemente no podía dejar de mirarlo. El Hombre no ayudaba mucho a eso, pues se quedo parado en el lugar del impacto.
Sara retomó el control de su cuerpo y trato de caminar hacia la acera de enfrente pues su reloj de pulsera le recordaba que era tarde… Sólo cuatro segundo después Sara experimentó muchas cosas.

Un fuerte dolor apareció primero en su vientre y subió hasta su pecho, luego sintió como su cabeza golpeaba una superficie dura y rugosa. Escuchó un grito y una sombra le cubría todo el costado derecho de su cuerpo. Sus sentidos no estaban al 100% y no sabía por qué. Sabía que la gente de alrededor se acercaban a verla. Sintió que una mano fría sostenía la suya y la mirada del joven apareció ante sus ojos, pero notó que este ya no sonreía. Sara ahora sólo podía enfocar ese rostro y sólo podía entender lo que el decía.
- Vas a estar bien, por favor ¡Resiste!

En cuanto comprendió las palabras supo lo que había sucedido y el dolor de su cuerpo se acentúo. Le costaba trabajo respirar y sentía como si fuera a vomitar. Quiso moverse pero su cuerpo no le hacía caso. El hombre no se apartaba de ella y sólo por eso Sara quería quedarse consciente, para admirar aquellos ojos tan encantadores.
Poco a poco se enteraba de lo que estaba sucediendo – Me atropellaron.- pensó.

Sentía dolor pero las manos frías y suaves del hombre parecían atraer el dolor y sacarlo del cuerpo de Sara, lo que el hombre le transmitía era bienestar y tranquilidad.
Ahora Sara sentía que la presión desaparecía y hasta pudo formar una mueca que parecía una sonrisa. En ese momento ya no podía hacer nada más. Miró fijamente a los ojos del hombre y alrededor empezaba a obscurecerse. Sara intentaba pero no lograba decirlo. Lo último que Sara pareció ver fue que el hombre entendía lo que sus ojos decían. Entonces apareció en sus labios una triste, pero igual de hermosa sonrisa. Sara ya no vio nada más.

No pudo decir gracias, pues la ayuda nunca llegó. La vida la hizo sufrir en el último momento, la muerte le brindo paz. Sara sabía de alguna forma que, aquel hombre poseedor de la sonrisa más bella del mundo, nunca la olvidaría.