sábado, julio 24, 2010

Nota al margen

Al parecer una parte de mi olvidó la manía de anotar en pequeños pedazos de papel aquellas cosas que ciertas personas se negaron a escuchar. Si me esfuerzo, algunas veces puedo recordarme escribiendo aún más. Pero la mayor parte se pierde en la oscuridad.

Hace un par de días encontré un pedazo de papel custodiado por un pequeño listón. Puedo recuperar el momento en que lo guardé en aquel cajón, el momento en que lo encerré tras aquella cinta, incluso el momento en el que lo doblaba. Pero como agua entre los dedos, lo que escribí en aquella superficie se escapa de mí.

No pude hasta hace unos minutos, reunir el valor de leer aquella nota, que con tanto cariño mi pasado me mandó, aquí al presente... esperando hacer un cambio en nuestro futuro.
Mi caligrafía infantil me hizo sonrojarme y crear una sonrisa en mi rostro muy a pesar de las lágrimas que mis ojos amenazaban con expulsar

"Quizá, no pasaré los 30 después de todo, Pato…"

No puedo darle una bofetada a aquella chiquilla que lo escribió, pero puedo sentir el dolor en el fondo de mi garganta que eso provocó. Ahora, tal vez escogería una combinación diferente de palabras. Con un poco de consideración, suavizaría el golpe, lo haría un poco divertido.

Pero ese no es el punto. Lo cierto es que la chiquilla tenía razón.
Previó sus acciones y me condujo finalmente a esa simple frase.


-Sí, tenemos que darnos prisa, después de todo.-

domingo, julio 11, 2010

Zephyra Van Duren II (Expectación)

Mientras consideraba si los acontecimientos de aquella semana tenían relación con la enfermedad que había sufrido en su infancia, Alice no pudo evitar reparar en lo ajena que le parecía la cama donde dormitaba.
Contempló las cicatrices de batallas pasadas en sus manos. Sobre su piel desnuda, la luna derramaba su luz dándole un brillo fantasmal que se complementaba con el expirado frío que era usual en aquella habitación.
–“Murieron hace tiempo… como yo.”- murmuró.

El sonido de su voz se le antojó lejano e irreal tal como las sombras que ahora jugaban ante su mirada y el inusual olor a tierra mojada que desprendía aquel techo nebuloso.
Desde la punta de sus pies, la sensación de una enredadera subía hasta arriba de sus rodillas. Incómoda por esto último, giró sobre si misma para deshacerse de todos aquellos ensueños y sentir la calidez de Dante.
Dejo caer su mano sobre el espacio junto a ella y lo que sintió a continuación despejó por completo cualquier tipo de somnolencia presente. Sus dedos rozaron una superficie húmeda y tibia, lo que la hizo voltear completamente; Dante no estaba ahí y tras de sí había dejado una gran mancha que cubría casi la mitad de la cama.

Alice alarmada llamó a Dante en la oscuridad, pero ni siquiera ella misma pudo escucharse. Sus oídos eran inundados por el perturbador sonido de rompimiento metálico y un incesante jadeo que provenían de los pies de la cama.

La luz que pasaba a través de los ventanales no era la adecuada para que Alice notara el color escarlata de la mancha que ahora se extendía hacia ella. Al tratar de salir de la cama al fin observó las fibras que lentamente trepaban por sus piernas, inmovilizándolas. Sin pensarlo demasiado, alargó las manos hacia las enredaderas para retirarlas, pero para su sorpresa –y desagrado- no pudo tomar ninguna pues al instante de haberlas tocado, las fibras se evaporaban y diluían en el ambiente tal como si fueran humo mientras en su piel permanecían delicadas marcas de donde antes se habían posado.

Con un movimiento rápido bajó de la cama. Inmediatamente se arrepentió de esto pues sus pies se posaron en una superficie blanda y fria que correspondía al olor que antes había percibido. La muchacha trato de dejar que su cerebro procesara la situación, pero la intuición le dictaba que la ausencia de Dante y lo que fuera que estaba produciendo ese jadeo estaban estrechamente relacionados, mientras un agudo y taladrante sonido invadía su cabeza.

Omitiendo olímpicamente el hecho de que lo que observaba no podía estar sucediendo se acerco decida a descubrir que se ocultaba tras la cama. Sus pasos flaqueaban ante la inestabilidad del –¿Fango?- y mientras avanzaba hacia el borde del lecho, el sonido metálico cesó.

Lo miró… y eso la miraba de regreso.