jueves, agosto 30, 2007

Cielo de Papel.

Como en la última hoja que suelo desechar, se dibujan formas extrañas en un tono que me hace recordar. Juntos, todos los trazos entonan una armoniosa melodía que me hace sentir, sentir de verdad. Cuando mi cabello ya no puede danzar con el viento frío y las gotas de lluvia caen sobre mis hombros, sobre mis sentimientos, el cielo se vuelve de papel. Helada trato de mirar hacia arriba y siento como las gotas golpean mis mejillas y al contacto con mis ojos, nublan mi vista. Que cielo tan hermoso. Es una belleza fría, triste, trágica, pero al fin y al cabo es belleza para mí. Aquello que cae del cielo, no es lluvia. Las notas son graves pero finas y delicadas y la partitura se traza en ese gran lienzo. Un lienzo que está llorando sobre mí. La fuerza del ritmo me hace ponerme de rodillas y lamentar el no poder compartirlo con nadie más. Pero se imponen los sentimientos del recuerdo y en ese momento, el presente de mis lágrimas ya no cuenta y pasan a ser de alguien más. En el clímax los trazos me abruman, pero no me permiten expresarlo. La intensidad de la manifestación es tal que me ahoga y me llena de dolor. Pero es tan bella como en el inicio. La melodía eterna sonará.
Es mi cielo forjado por sentimientos. Es un papel inmortal.

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jueves, agosto 16, 2007

para ella solamente..

---Por que mi madre nació un 16 de agosto.---

Por que ella me escucharía como nadie lo hace.
Por que en momentos como este me abrazaría
y me diría que todo va a estar bien.
Por que me besaría la frente y me diría que dejara de llorar.
Por que me buscaría cuando algo anduviera mal
y permanecería junto a mí, sin importar nada más.
Por que se recosataría junto a mí
y hasta que yo estuviera dormida se quedaría ahí.
Por que me diría que con que la recordara sería sufiente.
Por que a ella no le llamaban la atención los lirios ni los jazmines.
Por que con esas rosas, ella hubiera sido feliz.
Y solamente por que te amo y por que siempre estarás en mí, Mamá.

Rosas

domingo, agosto 05, 2007

Todo cruel.


"Condenado a muerte"

En sus manos sostenía algo. Había pedazos de cristal regados en el piso, parte de lo que alguna vez había sido un hermoso florero. Aún no comenzaba a llover y había inmensas nubes grises surcando el cielo, amenazantes y seductoras, que perpetuaban el crimen cometido. Curiosamente a ella le no le desagrada ese clima. El silencio fue interrumpido por el sonido del portón abriéndose en el patio. Sin siquiera pensarlo, se levanto del banco y cerró la puerta de la habitación con llave, pues no quería evitar miradas curiosas y largos sermones. Sin tener mucho cuidado por los cristales se sentó en el suelo, apoyándose en la puerta. Estiró su brazo y encontró de nuevo el ramo. Crujía cada vez que lo tocaba y si no tenía cuidado las flores caían al suelo. Si las apretaba con la mano se hacían polvo y ya no tenían esos colores brillantes. El olor se había desvanecido también.

No sabía muy bien por que estaba tan enojada, tan atormentada. Directamente ella lo había ocasionado. Se apoyo en las manos para levantarse y con un trozo de vidrio se cortó. No se dio cuenta, pues el dolor no le importaba ya. Ella solamente quería retroceder el tiempo hasta antes de la masacre.

Si compraba otro ramo no sería lo mismo; serían nuevas flores y la obligarían a olvidar a aquella que la acompañaron tanto tiempo. ¿Cómo es que no se dio cuenta que las había descuidado tanto? El ramo se veía muerto pero conservaba la forma inicial, cómo para que nunca olvidara por qué lo había escogido. Se conservaba la forma para que no olvidara quién era la víctima. Le había arrebatado la vida al ramo, consumiéndolo siempre para su beneficio. Nunca le dio nada para que las flores pudieran crecer. Nunca le importó cómo se sentían.

El cadáver estaba entre sus manos, recordándole la crueldad y egoísmo con el que fue tratado. En ese momento se dio cuenta de que sus manos estaban manchadas de sangre. Sangre de ella y de la planta. Sangre de la asesina y de la víctima que fluía hasta caer al piso, junto con las demás evidencias del asesinato.

Recogió los pedazos de cristal y las partes del cuerpo que habían caído del cadáver de la planta. Cuando las miró sobre la cama, tan decididas y necias, ella se dio cuenta de que no iban a volver. Estaban muertas y no había solución como otras veces. Las lágrimas impactaron contra los pétalos. Pero nada iba a traerlas de vuelta a la vida. Todo realmente había acabado. Nunca había pensado en como iba a terminar y ya no podían volver atrás. Fue su error, pues nunca debió enamorarse del ramo. Éste ya había sido cortado y mutilado por otra persona y nunca iba a poder sentir lo mismo por alguien más. Al separarlo de la tierra fue condenado a muerte. Una muerte lenta y tortuosa. Pues la culpa era más grande que el dolor. Las flores ya no podían ofrecer nada más. Las flores murieron queriéndola y culpándose por el crimen. Ella las asesinó amándolas y recordándolas para siempre.



Pero bueno, si mi vida no es un cuento, puedo hacer cuentos de mi vida. <-- eso lo dije yo, no me lo roben.

Saluditos.

jueves, agosto 02, 2007

Con Mensaje. Supongo.

"Ayudar"


Cómo todos lo días Sara salía de su casa para dirigirse a su trabajo. Hoy ya iba un poco tarde. Es lo que hacia desde hace 5 años todos los días. Las vacaciones la visitaban cada seis meses pero Sara huía de ellas, ya que aún cuando no le correspondía ella asistía al hospital para ayudar en lo que podía. Siempre alguien podía necesitar su ayuda.
La rutina milagrosamente no le molestaba a Sara, en cambio la hacía sentir segura y la hacía apreciar el doble cualquier detalle fuera de la misma. Sara siempre quiso eso y rara vez se quejaba. Sara estaba satisfecha con su vida, era independiente y todo lo que tenía le bastaba. Nada más era necesario.

Ese día parecía normal, aunque Sara estaba un poco irritada debido a su retraso y por eso mismo apresuró un poco su paso. Un caluroso día como ese le hacía querer aún más llegar al hospital. Sólo en ocasiones así, Sara pensaba negativamente. Sentirse frustrada era algo que le molestaba. Salvar vidas era lo que ella deseaba, pero le hubiera gustado ser una doctora. El hecho de ser enfermera y convivir todos los días con sus superiores no le afectaba, pero cuando pensaba de esa manera, parecía la mayor tragedia del mundo. Aún así a ella lo que le importaba era ayudar y se sentía bien haciendo su trabajo. A las personas que ayudaba les daba un poco de su corazón y estas personas, raramente la olvidaban. Algunas veces hasta decían “Gracias”. Pero en ese momento de pesimismo no parecía suficiente.

En la calle inconscientemente apretó su puño izquierdo tanto que sólo reaccionó cuando escucho a sus dedos crujir. Soltó un suspiro y trató de llenar su mente con cualquier otra cosa. Pero no lograba sacar de su cabeza los recuerdos de sus días como estudiante… y toda esa frustración. Seguía caminando, cada vez más rápido pues cada vez era más tarde.
- Debería tener un auto.- Pensó Sara, cuando una voz muy parecida a la de ella pero en tono de burla le respondió.
- Pero no puedes, por tu patético salario de enfermera.

Sara estaba tan concentrada luchando contra su yo interior que en la esquina de una calle, no logró evitar chocar con un hombre. Todo sucedió muy rápido, Sara miraba a los ojos del joven hombre, debía tener aproximadamente su edad, unos 33 años. Era sólo unos 10 centímetros más alto que ella y una hermosa sonrisa le pertenecía.
- Lo siento mucho.- dijo Sara mientras una inexplicable onda de calor invadía su cuello.
- Si tú estás bien, no importa.- le respondió el joven hombre mostrando una voz amable y sonriendo una vez más cálidamente, -Ten cuidado.- Agregó.
A Sara le parecía que el calor emanaba de los labios del hombre y se fundía en su cuello y ahora también en sus muñecas llegando a la punta de sus dedos. Simplemente no podía dejar de mirarlo. El Hombre no ayudaba mucho a eso, pues se quedo parado en el lugar del impacto.
Sara retomó el control de su cuerpo y trato de caminar hacia la acera de enfrente pues su reloj de pulsera le recordaba que era tarde… Sólo cuatro segundo después Sara experimentó muchas cosas.

Un fuerte dolor apareció primero en su vientre y subió hasta su pecho, luego sintió como su cabeza golpeaba una superficie dura y rugosa. Escuchó un grito y una sombra le cubría todo el costado derecho de su cuerpo. Sus sentidos no estaban al 100% y no sabía por qué. Sabía que la gente de alrededor se acercaban a verla. Sintió que una mano fría sostenía la suya y la mirada del joven apareció ante sus ojos, pero notó que este ya no sonreía. Sara ahora sólo podía enfocar ese rostro y sólo podía entender lo que el decía.
- Vas a estar bien, por favor ¡Resiste!

En cuanto comprendió las palabras supo lo que había sucedido y el dolor de su cuerpo se acentúo. Le costaba trabajo respirar y sentía como si fuera a vomitar. Quiso moverse pero su cuerpo no le hacía caso. El hombre no se apartaba de ella y sólo por eso Sara quería quedarse consciente, para admirar aquellos ojos tan encantadores.
Poco a poco se enteraba de lo que estaba sucediendo – Me atropellaron.- pensó.

Sentía dolor pero las manos frías y suaves del hombre parecían atraer el dolor y sacarlo del cuerpo de Sara, lo que el hombre le transmitía era bienestar y tranquilidad.
Ahora Sara sentía que la presión desaparecía y hasta pudo formar una mueca que parecía una sonrisa. En ese momento ya no podía hacer nada más. Miró fijamente a los ojos del hombre y alrededor empezaba a obscurecerse. Sara intentaba pero no lograba decirlo. Lo último que Sara pareció ver fue que el hombre entendía lo que sus ojos decían. Entonces apareció en sus labios una triste, pero igual de hermosa sonrisa. Sara ya no vio nada más.

No pudo decir gracias, pues la ayuda nunca llegó. La vida la hizo sufrir en el último momento, la muerte le brindo paz. Sara sabía de alguna forma que, aquel hombre poseedor de la sonrisa más bella del mundo, nunca la olvidaría.