miércoles, junio 16, 2010

Zephyra Van Duren I (La persecusión)

Temblando entre las ruinas, Alice deseaba hacerse invisible mientras la lluvia mojaba su cuerpo. Estaba aterrorizada y cada fibra de su ser le rogaba la huida de ese lugar. Su mente se ahogaba cada vez que trata de visualizar su habitación. Sentía calambres en las piernas y su pecho empapado parecía terriblemente pesado con cada aspiración. Un rugido proveniente de la llanura la sobresaltó y obligó a su cuerpo a ascender más aquella colina interminable.

La bestia olfateaba el aroma a sangre que desprendía la pequeña figura de su presa, lo cual facilitaba la persecución, pero era la desesperanza el mayor distintivo de aquel alimento que le esperaba en aquella prohibida colina. A pesar de que su instinto le indicaba que era peligroso acercarse a ese lugar, la atracción hacia esa entidad era demasiado excitante como para ignorar la advertencia. Su pobre vista le indicaba que aquel día, la estrella más grande permanecía impotente tras los nubarrones color púrpura y que eso le mantendría a salvo.

Tras la colina el mar infinito se extendía hiriendo a la vista por su brillante color. Alice podía sentir como el peculiar dulce aroma la envolvía a pesar de la constante y pesada lluvia que caía en aquel lugar. Sus pies descalzos resbalaban en la tierna hierba húmeda y sus manos poco resistían ante esto cansandola el doble y reduciendo cada vez más la distancia entre (-de ninguna manera lo pienses-) y ella.

En el claro, sobre la colina, la hierba reducía su espesura y asemejaba arterias sobre la inmortal roca negra de la que estaban formadas las ruinas. Alice se deslizó sobre ella y sintió la aspereza natural de su forma. Se detuvo en seco y miró hacia atrás en busca desu cazador, que al parecer ya no estaba ahí. Su cuerpo ante la sensación de seguridad cayó al suelo e inconscientemente las rodillas de Alice se juntaron hacia su pecho. El viento se detenía ante el contorno de su gimoteante figura y Alice lloraba su dolor sin lágrimas pues aquel acto, tal y como la lluvia que ahora llenaba el ambiente, eran ajenos a aquella torcida realidad.

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